Cesta de picnic de Hermes

Cielo amenazante y bochorno, lo peor para una resaca. Demasiado champagne en la presentación del libro de Pedro J. Ramírez en el Hotel Palace; demasiado champagne en el almuerzo de Rosa Bernal en Casa Decor (Veuve Clicquot); demasiado champagne (Laurent Perrier) el que ofrece María Calleja después del tercer toro. Pero, ¿cómo resistirse?, sobre todo cuando uno está manteniendo una conversación taurina con Beatriz de Orleans, vestida de los pies a la cabeza por Christian Dior. Y, en francés.

La princesa llevaba el mismo traje de chaqueta de alta costura en el emblemático pied de poule de Dior, que había lucido horas antes en la presentación del libro del director, sólo que aliviaba ahora su estricta severidad con un clavel pinchado en la ancha solapa. No hay nada más elegante que la flor fresca en primavera, es una costumbre que desgraciadamente se está perdiendo. Pero que de vez en cuando reaparece en los toros. Beatriz iba acompañada de su hijo menor, un personaje salido de un cuadro de Ranc o Van Loo.

El público estaba mal dispuesto, probablemente desencantado con las corridas de esta Feria. Como con resaca, también. Tanto que se mostró parco en aplausos ante la gallardía de Chamaco, cuando éste, después de una faena maravillosa está a punto de perder un ojo. Ruge, mientras mastica.

A veces pienso que a los toros la gente sólo va a comer (a ponerse ciego), a beber, a fumar puros y a devorar/escupir pipas. Y, a quejarse. Es fascinante ver llegar a parejas cargadas con unas repulsivas bolsas de plástico, de las que sacan unos bocatas de los que asoman poco decorativas lonchas de chorizo, acompañados del cubata. ¿No sería más elegante una cestita de pic-nic de Prada o Hermés, como las que se ven en Ascot o Glyndebourne?
Hasta el grupo de elegantes de los palcos ocho y nueve llegan con una bolsa-nevera de tartan plástico, en tonos verde-veneno.

Ayer estaba María Eugenia Castellanos, Mónica Prado, el Conde de Orgaz, Carmen Díaz Llanos, Bebé Barroso, Blanca Alvear, Alfonso «Pipas» Maíz y el Marqués de Llanzol, repartidos por el ocho y el nueve, come que te come. Pero en vez de abrir un maravilloso hamper y sacar fastuosidades envueltas en servilletas monogramadas, circulaban unas espantosas fuentes de cartón (de esas que amenazan con doblarse por la mitad a la menor provocación) o de plástico que imita al metal que imita al plástico, con comida industrial.

Lo que acabo de decir es broma. No la parte de las bandejas de plástico o cartón. Esas estaban en evidencia. Sino lo del pic-nic hamper como el de Grace Kelly en Para atrapar al ladrón, cuando le pregunta a Cary Grant si quiere un muslo o una pechuga. Sería improcedente en los toros. Como la tortilla de patata y la carne empanada en el Royal Enclosure de Ascot.

A los elegantes del ocho y el nueve lo que les debe de encantar -y tienen toda la razón del mundo- es la clásica merienda castiza, típica de los toros, donde la grasa corre por los dedos hasta el codo. Los toros, con pic-nic hamper de Fortnum, no serían toros. Más bien un anticlimax.

Lo mejor del ocho, sin lugar a dudas, María Eugenia Castellanos, que fumaba con elegancia de moderna romana. En el nueve, Blanca Alvear que Carmen Díaz Llanos llamaban la atención una por su traje rojo la otra por su vestido rosa.

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