Los Kennedy eran unos salidos

José María Aznar se ha definido a sí mismo como el «tío del bigote». («Si necesitáis algo, llamadme: aquí está el tío del bigote»).Antes de que el propio candidato a la Presidencia hiciera exhibición de su mazorca, algún banquero le había llamado «patata con bigote», un empresario dijo de él que era un tío frío como una anguila, las damas no mostraban deseos de tener un hijo suyo, los siquiatras le diagnosticaban déficit de testosterona. La principal tara que le observan no es que desguace el Estado del Bienestar o haga retroceder las libertades, sino la falta atractivo. Eso demuestra que ya somos, por fin, modernos. Sabemos cuánto influye el cuerpo y sus mensajes en el éxito y el poder. Hemos caído en la cuenta de que no hay vocablo tan rotundo como un culo, ni palabra tan eficaz como la melodiosa, ni mensaje publicitario tan fuerte como el de una mirada.


Las adolescentes se desmayan en los céspedes al son de la bragueta de un rockero; el poder y el sexo, la gloria y el atractivo, el aura y la gestión están unidos. Se cuenta que uno de esos financieros que desconfiaban de Aznar por su falta de carisma pidió al Rey que no permitiera que González se fuera, como si eso estuviera entre las prerrogativas del monarca. Según él, Aznar no daba la talla. El presidente del PP cuando la avalancha profelipista que aún dura, se escondió debajo de las ruedas de la diligencia. Hoy les dice a todos, ya en el pescante, que ha sobrevivido a la travesía del desierto. Al llegar a la cantina, en vez de pedir una tila, va el tío, y pide un whisky. Nunca en la historia de España un político va a deber tanto a los adversarios. Los españoles siempre están esperando a los suyos; esta vez esperan al de los otros. Seguramente se equivocan al pensar que para dirigir una banda de ministros que sigue la partitura de Bruselas se necesita un supermán, pero la clase dirigente española deseaba un supermán y como no lo encontraron van a aceptar la Presidencia de Aznar con desgana. Aznar llegará al palacete de Moncloa sin que repiquen las campanas. Para los que mandan se confirmará la máxima norteamericana según la cual cualquier ciudadano puede llegar a la Presidencia. Querían una especie de Antonio Banderas y van a tener que soportar a un Wamba, un hombre normal, con bigote, para marcar testosterona, sobre un altar vaticano para parecer más alto. 

Cuentan las crónicas que de «entre los bueyes, arados y coyuntas sacaron al labrador Wamba para ser rey de España». Los del «circuito» amaban a Recesvinto, pareciera que estaban hipnotizados por su atractivo, su elocuencia, su empaque rondeño, su persuasiva manera de mentir, su catarata de palabras. Una atracción fatal. La antigua mantenida lo ve ahora como su chulo, muere por él. William Blake había profetizado que el cuerpo del hombre no es distinto a su alma, porque lo que se llama cuerpo es una porción del alma percibida por los cinco sentidos. El cuerpo es el aura, el carisma, el atractivo, todos ellos componentes del poder en la modernidad. ¿Dónde va ese funcionario, con su bigotera, su urbanidad, metódico, opositor, sin retórica, sin sexy?. Su audacia es la de los mediocres; su estatura, de maniquí de rebajas; su mensaje, un refrito de un equipo de tecnócratas.

De Ike a JFK.- Tengan paciencia y verán como llegará a parecerse a Napoleón que también era bajito y tenía úlcera. Los políticos son poderosos y carismáticos cuando los tememos. Ya verán que carismático nos parece cuando empiece a jodernos. Los políticos fuera del poder se quedan en nada, pero mientras mandan parecen tempestades. Hubo muchos de esos barandas, de esos machos, de esos predicadores, de esos validos, que llenaron su época de miedo. Recuerden como Rasputín se tiró a toda la corte del zar y como Godoy sodomizó a Maria Luisa y al príncipe de Asturias. La actual clase dirigente está encoñada con su garañón. Los americanos, por ejemplo, cambiaron hasta de deporte cuando se fue aquel abuelete calvo llamado IKE y entró JFK, con su largo cabello flotando al viento, su radiante aura de sexo."Pronto- dice un escritor- resultó bien claro para todo el mundo que el golf no era el juego favorito de la nueva generación». Los americanos se sintieron atraídos por una virilidad magicamente transmitida por televisión, aunque entonces no sabían que los Kennedy eran unos salidos.

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