Rusas en España

Son las nueve de la noche en un húmedo sótano de Moscú. En un improvisado escenario, bajo fuertes luces rosas, Rosanna de 18 radiantes años remueve la camisa blanca transparente y se acaricia para el deleite de los pocos occidentales que han pagado 10.000 pesetas a su protector. Se trata del Instituto para el Aprendizaje Erótico y del Arte Comercial de Moscú (más conocido como Eroticum), regentado por Eugueni Labrovski, un dudoso individuo al que la Policía moscovita investiga por forzar a menores a prostituirse.

«Yo lo único que hago es preparar a mis chicas en el arte del strip-tease para "colocarlas" luego en empresas de espectáculos en España y Sudamérica», dice Labrovski, que habla algo de español, lleva bigote, pelo ondulado, cazadora de cuero barata y ese tipo de zapatos grises que sólo se ven en Moscú, importados en 1970 de Bulgaria. «Lo que luego ocurra con ellas en España es problema de los españoles», concluye. Y lo que ocurre con muchas de ellas quedó patente la semana pasada con la desarticulación por la Policía española de una banda que obligó a casi 200 ciudadanas rusas a prostituirse en clubes de alterne de Madrid, Barcelona y otras ciudades de provincias. La agobiante crisis económica en que se ha hundido Rusia tras la desmembración de la Unión Soviética a finales de 1991 ha provocado que varias miles de jóvenes rusas intenten ganarse la vida en el extranjero trabajando de camareras, bailarinas o modelos y en su lugar acaben siendo forzadas a prostituirse.

España, que muchos rusos consideran uno de los países más atractivos del mundo para vivir, es uno de los destinos preferidos por las mafias que controlan el «tráfico de blancas». «Desde Moscú es muy difícil luchar contra estos crímenes», dice Nikolai Rojdionov, del Departamento de Relaciones Externas del Ministerio de Seguridad de Rusia, que no quiso cuantificar los casos. «Salen del país con visados de grupo y con los documentos en regla. Tenemos numerosas peticiones de visados conjuntos, entre ellas para España». Quién sí se atreve a cifrar en varios miles el número de mujeres rusas obligadas a prostituirse en España y en otros países con falsas promesas de empleo es Svetlana Korostilova.


Lo ha sufrido en su propia carne. Tiene 23 años y ha abierto un consultorio en Moscú para asesorar a las mujeres que reciben ofertas de empleo para bares y discotecas en el extranjero. El caso de Svetlana se da con frecuencia. Nació hace 23 años en Orol, a 300 kilómetros de Moscú. De padre agrotécnico y madre maestra de escuela, Svetlana decidió, al acabar el colegio a los 18 años, que Orol se le quedaba pequeño y decidió probar fortuna en Moscú. Quería ser actriz, pero no superó las pruebas de acceso del Instituto de Arte Dramático. Comenzó a estudiar formación profesional, «pero yo quería ser artista, era demasiado guapa y sexy para ser costurera», dice Svetlana. Hace dos años, leyó un anuncio en el diario sensacionalista Moskovski Komsomolets que decía: «Chicas de 18 a 25 años interesadas en bailar en bares de Europa», seguido de un número de teléfono. A los dos meses, y junto a un grupo de 12 chicas rusas de provincias, llegaba en tren a Trieste, en el norte de Italia con un visado de grupo.

«El dueño de un bar, Paolo, nos dijo que quería abrir un cabaret ruso, con algún número de striptease», explica Svetlana, que soñaba con un marido italiano, sino rico, al menos guapo. Les pagaban muy poco por actuación, pero vivían y comían en la parte de atrás del cabaret. «Paolo me pidió una noche que prestara atención a un cliente especial». Fue la primera vez que Svetlana se acostó con un cliente, más pensando en conseguir un novio que otra cosa. «A los tres días de usarme y regalarme una falda y pendientes, desapareció. Paolo me pidió que prestara atención a otro cliente y le contesté que ni soy puta, ni me acuesto con cualquiera», continúa. Paolo le amenazó de muerte, le dijo que su visado de un mes había caducado ya, que no poseía permiso de trabajo y que los pasaportes los tenía él. Tuvo que prostituirse, junto al resto de las chicas, e incluso hacer números lésbicos y sadomasoquistas en el escenario.

Tras casi un año, logró escapar de la vigilancia y comprar un billete de tren para Milán, donde acudió al consulado ruso y logró regresar a Moscú. Pero su historia es un cuento de niños comparadas con el tráfico de mujeres rusas hacia Turquía, China, Hong-Kong y Japón. El diario Izvestia publicó hace dos semanas una nota corta sobre el desmantelamiento de una red de prostitución en el puerto ruso de Vladivostok, en el Pacífico, a menos de mil kilómetros por mar de Japón y fronteriza con China. Un grupo de nacionalidad china se dedicaba a secuestrar a mujeres rusas y venderlas como esclavas sexuales en China, Hong-Kong y Japón. La negativa de las jóvenes o la insatisfacción de los clientes les costaba la vida.

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