El Liceo, la joya de la burguesía

El Liceo no es un teatro sino una institución, y está tan estrechamente vinculado al auge de la burguesía barcelonesa que su propia historia es la de la prosperidad de la capital catalana. Con el transcurso del tiempo no sólo ha sido un signo de identidad clasista, sino también de la propia ciudad y aún de Cataluña misma.

La Sociedad del Liceo Filarmónico Dramático Barcelonés de Su Majestad Isabel II nació en 1837, un momento en que ya la revolución liberal parecía asentarse definitivamente en España. Su fundación está rodeada de circunstancias histórico-políticas especialmente significativas: la sociedad había nacido para proporcionar fondos para el sostenimiento de la Milicia Nacional. El edificio fue construido en el antiguo solar de un convento, el de los Trinitarios, previamente desamortizado. 


Las obras, entre 1844 y 1847, coinciden con el desarrollo de las grandes instituciones bancarias barcelonesas. Fue figura significativa en su financiación el banquero Manuel Girona, que estuvo al frente del Banco de Barcelona la friolera de 60 años, desde 1844 hasta 1905, cuando murió ya con 90.
El Liceo fue un signo de distinción y jerarquía social, al mismo tiempo que un modo de diferenciarse de la capital política del país mediante un rasgo no sólo social sino cultural. Originariamente era todo un símbolo de «status»: los socios pagaban la entonces elevadísima cantidad de tres mil duros por adquirir sus derechos. El palco formaba parte de la riqueza patrimonial de la familia y podía ser vendido en caso de pasar por problemas económicos, así como figurar en la herencia. Las grandes familias -aparte de los Girona, los Ferrer Vidal, los López o los Güell- eran los grandes protagonistas de la vida del Liceo. Era el momento en que la dirección de la vida económica y social de la ciudad estaba en manos de un puñado de familias y lo siguió estando al menos durante cuatro generaciones. Es muy fácil ironizar sobre ellas, pero no cabe la menor duda de que contribuyeron decisivamente a construir la Cataluña contemporánea.

El Liceo ha sido históricamente el testimonio de la fortaleza y de la debilidad de esa burguesía catalana. Incendiado en 1861, su reconstrucción en tan sólo un año constituyó una señal esplendorosa de la pujanza de la burguesía catalana. Pero fue también el signo de la prepotencia de una clase social a la que miraban con hosquedad los desheredados. En 1893, el anarquista Santiago Salvador lanzó dos bombas desde el gallinero del Liceo al patio de butacas; sólo una estalló y causó más de una docena de muertos. El gesto de atentar contra el templo de la burguesía resulta, sin embargo, suficientemente expresivo.

Hoy, reliquia del pasado pero hogar de una afición musical que sus pasados burgueses no contradicen, el Liceo es una permanente realidad cultural al margen de ese pasado histórico. En un momento en que aún el Estado ha de concluir el Teatro de la Opera madrileño, el Liceo es un símbolo de una sociedad que supo hacer lo mismo por sí sola mucho antes.

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