Kathrine Switzer un mito para el atletismo femenino

Si aquella mañana hubiera lucido el sol y no hubiera escondido su silueta femenina bajo aquel enorme chándal, probablemente su hazaña no habría ocurrido. 

Y si aquella cámara no hubiera inmortalizado el momento en el que Jock Semple, un furibundo juez de carrera, intenta disuadirla por la fuerza de cejar en su empeño, Kathrine Switzer no formaría parte de la historia del atletismo mundial. 

Pero esa mañana, el universo se conjugó para que aquella espigada estudiante de la Universidad de Siracusa lograra convertirse en la primera mujer en correr y terminar el maratón de Boston, con un dorsal ya mítico: el 261. 

Fue en 1967 y su hazaña abrió el camino para la apertura a la participación femenina en la distancia reina.

"En aquella época se decía que a las mujeres que corrían les salía bigote, se les caía el útero… Yo demostré que nosotras también podemos correr", explica Switzer. Nadie ni nada logró frenarla en su camino hacia el sueño de completar los 42 kilómetros que la separaban de su sueño. 


"Tres semanas antes de la carrrera, corrí 50 kilómetros para demostrarme que podía hacerlo. Mi entrenador, que tampoco lo veía muy claro, se desmayó del agotamiento y al volver en sí, me dijo: ‘Vale, estás lista’". Sólo cuatro personas sabían el enorme lío en el que se iba a meter. "La noche antes se lo conté a mi compañera en la residencia de estudiantes, pero no me hizo ni caso".

En Boston, su muro no llegó en el kilómetro 30, sino antes del 10, cuando aquel juez se le echó encima para intentar expulsarla. Aquella imagen de la joven corredora atacada por un hombre trajeado está considerada como una de las 100 fotografías más importantes de la Historia. 


Switzer recuerda aquel momento con pavor, pero también con ira: "¡No estaba haciendo nada malo, tenía mi dorsal!". Pese a ello, después de que su novio, jugador de fútbol americano, placara al juez para permitir a Kathrine seguir corriendo, la atleta sólo pensó en acabar, obsesionada por una idea:

 "Si no terminaba esa carrera, todos iban a creer que las mujeres no podían hacerlo, que no merecen estar ahí, que no son capaces", reconoce. Su atrevimiento marcó un hito del que ya era consciente nada más cruzar la meta: "Cuando terminé, me di cuenta de que aquello supondría un impulso para que las mujeres tuvieran más oportunidades".


Años más tarde, cuando en 1972 se legalizó la participación femenina en los maratones, Switzer volvió a cruzarse con Semple: "Me saludó muy simpático. ‘Sólo estaba cumpliendo con mi deber’, me dijo". 

Hoy, a los 66 años, la histórica atleta sigue entrenando cinco días a la semana y enarbola la bandera del movimiento running femenino como "una forma de que las mujeres ganen en autoconfianza, reinvindicando su papel en sociedades en las que ocupan un segundo plano".

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