Pillada con el culo al aire

Últimamente todo el mundo se rasga las vestiduras. Menos yo, tal vez porque fui educado en la más severa disciplina franquista-leninista cuya esencia es, como ustedes muy bien ignoran, el respeto a la vileza del Estado. El caso es que a mí las escuchas del CESID me entran por un oído y me salen por el otro. El Estado necesita de los espías y los espías, como su propio nombre indica, se dedican a espiar. 

Como todo el mundo: en las orejas del yo hay siempre unos prismáticos enchufados a la circunstancia y gracias a esa invencible curiosidad el hombre inventó la rueda, el cotilleo, el erotismo y los agujeros negros del espacio.

Los astrónomos se pasan la vida espiando a las estrellas y los padres a los hijos y Hacienda a los contribuyentes. Vas a pedir un crédito y los del banco entran a saco en tu intimidad; buscas trabajo y la empresa se cuela en tu sistema endovenoso a ver cómo andas de salud. Y como no te des prisa en bajar la persiana te encuentras los ojos del vecino en el cajón de las bragas.

Aquí nadie reconoce que espiar es una cosa tan cojonuda que lo han tenido que prohibir. Inútilmente, por supuesto; el que más o el que menos ha visto su intimidad vulnerada por un geranio que era en realidad un espía de tallo carnoso y flores cigomorfas perteneciente al género CESID, periodismo de investigación, prensa del culebrón o venganza financiera. Los espías florecen por todas partes y atraen a las almas nobles con chismes del corazón y del dinero, culos, tetas, informes y dossieres. 

El comercio de la privacidad, es hermoso precisamente porque hace que los hombres se interesen unos por otros: hoy, cualquier político responsable, cualquier banquero decente, cualquier empresario honrado, cualquier periodista incorruptible o cualquier hombre de veras ha de espiar y ser espiado si realmente ama al prójimo como a sí mismo. Por eso me indigna la hipocresía de quienes se escandalizan por los pinchazos telefónicos de los geranios del CESID; porque la primera obligación de un Estado verdaderamente justo y democrático es dejar a sus miembros con el culo al aire y sin secretos, convirtiéndoles en objeto de chantaje y amenaza. No vaya a ser que salgan corriendo en caso de guerra. O de paz.

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