Los pechos motivo de mi alegría

El mendigo busca su alma en el vertedero; la urbe abandona todo signo de humanidad donde el suburbio pierde su honroso nombre y llega a autodesolarse hasta extremos increíbles; metralletas de cargador curvo como animales a punto de ser cazados hacen epilepsias en los antebrazos de los sonámbulos. Y al fondo, viejos edificios muestran las cavernas de los volcanes bélicos. 

Este es nuestro mundo y esa otra es la ciudad de los ricos, con sus arrogantes torres trazadas con regla sobre el torso enfebrecido del espacio. Es la ciudad y sus mandamases de la política, de las finanzas, de la cultura. Allí se cuece el discurso del culto a la belleza. Allí se dictamina sobre la calidad de una cara guapa, de unos pechos, de unas piernas, de unas nalgas. Allí se han escandalizado al ver la foto de esta mujer que enseñó el otro día un pecho operado de cáncer.


Un pecho que ya no era «una buena teta», con su abundante volumen, con su consistencia casi aérea, con su semilla y el tierno disco de tierra que la rodea. La teta había sido profanada, deliberadamente, por esta mujer. Las tetas, misteriosas en su monólogo anatómico, alfa y omega de la castidad, prodigio de la síntesis de la mujer y la madre, callado portento sin representación en la naturaleza como ninguna otra cosa de la anatomía del cuerpo... 

Esos senos, siempre dignos de panegírico, eran ahora motivo de elegía. Sí. La muerte de ese pecho era intolerable porque se mostraba. Podrá parecer la miseria urbana, el arrabal imposible, la gran bomba cayendo sobre el tejado, la fachada hecha añicos... Pero un pecho surcado por una hendidura, muerta la estrella polar del pezón, desmayada toda su textura y gracia, eso no podía tolerarse por los dicen lo que debe ser el buen gusto y todos los que gregariamente le siguen por su lacerante brujulear sobre el decorado tétrico y al mismo tiempo luminoso de esta época que tiene más de submarina que de solar. Todo ello es escrito aquí en La Mirada con el mayor fervor, horror, intensidad y compasión. 

El gran hallazgo del pensamiento en el budismo fue y es pensar que mi pena -no es mi pena, que es la pena del mundo como señalaba el científico David Bohn, que decía que él, cuando trabajaba en.el laboratorio con el sodio, no decía mi sodio, sino el sodio.

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