Turistas pillados en medio de una guerra

Buscando la privacidad de estos parajes, unas carreteras en las que poder probar los coches sin tráfico y sin limitaciones, y, por supuesto, un escenario incomparable, Peugeot presentó en el desierto del Sinaí su nuevo modelo 306, que se fabrica en la factoría madrileña de Villaverde. 

La marca francesa ha podido contar con la máxima colaboración de las autoridades locales, empeñadas en transformar el campo de batalla de las dos últimas guerras arabe-israelies en una zona turística. La península está sembrada de viejos aeropuertos militares de los cuales sólo uno, en el centro de la península, mantiene la actividad. Debe ser tan importante su valor estratégico que no está permitido cruzarla por el aire, siendo obligatorio tener que dar un rodeo por el sur. Así, lo que podían ser veinte minutos de vuelo desde El Cairo se convierten en una hora.

El más oriental de todos, el aerodromo de Shar el Sheikh, ha visto cómo han transformado sus pistas para que puedan aterrizar los vuelos charter qué se espera que vayan llegando. Está situado a cuarenta kilómetros de Taba, en la costa del golfo de Araba. El lugar tiene sol, asegura un gran aislamiento (a no ser que se pida la conexión con la red telefónica israelí, que es la que funciona), pero no puede hacer, precisamente, propaganda de tranquilidad.

Situado a solo unos centenares de metros del puesto fronterizo israelí cercan a la ciudad de Elat, donde sale al mar Rojo la estrecha franja de territorio hebreo, y divisando las ciudades de Aqaba, en Jordania; y de Hagl y Al Humaydah, en Arabia Saudí, está en una de las zonas calientes del mundo, donde debe ser difícil olvidarse de los peligros que afectan a la paz universal. Tampoco resultan muy tranquilizadores los contínuos puestos de control, pequeños fortines al borde de las carreteras, con defensas de sacos terreros, en donde sol dados, con fusiles ametralladores en unos casos y con fusiles con balloneta calada en otros, piden la documentación a los coches que pasan.

En el caso de los Peugeot, el paso se da rápidamente; pero las revisiones son más profundas cuando se trata de los pocos vehículos que llevan matrícula local. Según las explicaciones del teniente al mando de uno de estos puestos, los controles son «para protección de los viajeros», en clara alusión a lás bandas de integristas musulmanes que suelen atacar autobuses de turistas. Lo que si hay que reconocer es que las carreteras son francamente aceptables, con trazado amplio y moderno.

Quizás demasiado bueno para probar un coche. Las playas, sin embargo, no son buenas. Son pedregosas y profundas. Una paradoja cuando el interior está alfombrado de una finísima arena blanca. Hay que quedarse en la piscina del hotel. De noche, la única atracción consiste en acudir a cenar a una jaima beduina que gestiona el mismo hotel Hilton, situada en un risco frente a una isla en la que se acaba de reconstruir una fortaleza que llaman de Salah al Din (Saladino), teóricamente inexpugnable para los Cruzados. Otra posibilidad es visitar el monasterio ortodoxo de Santa Catalina (de Alejandría), en la falda del auténtico monte Sinaí, Gebel Musa para los árabes. El monasterio fue construído en el siglo VI y es la segunda biblioteca de manuscritos del mundo después de la del Vaticano, perfectamente conservados gracias a la sequedad del ambiente.

El padre Justin, un joven de París que dejó la orden católica de los dominicos, nos enseñó el monasterio, en donde, en pocos metros, se pasa de la zarza que arde sin consumirse a la fuente de Loth, la cueva de Elías o el lugar donde los hebreos idólatras colocaron el becerro de oro. El padre Justin dejó el mundo occidental para dedicarse exclusivamente a contemplación de Dios; pero no lo, ha conseguido. «La Administración egipcia nos presiona mucho y no podemos vivir tranquilos», explica. Y es que no es caso de prescindir de uno del único centro de interés.

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