La magia de un curandero

Las fronteras entre el teatro alternativo y el otro son cada vez más difusas. Antes, lo alternativo era lo inaccesible al circuito comercial, la minoría y el riesgo de una vanguardia vista con recelo por los poderes públicos y privados. La amenaza del desacierto sólo estimulaba a los verdaderamente amantes del teatro.

Pero hoy, en las salas alternativas, en la mayor parte, no hay desaciertos, sino pura orfebrería teatral, montajes que se convierten en elementos de culto. 

Tal es el caso de El fantástico Francis Hardy, curandero. ¿A quién se le ocurriría llamar alternativo a este trabajo de Juan Pastor? O a tantos de Tribueñe, Triángulo, Lagrada o Cuarta Pared, por citar sólo algunas salas, las de más solera. 

Persisten algunas de las características antes señaladas. Por ejemplo, el riesgo: el riesgo real y aumentado. Siempre pasaron penurias económicas, pero ahora se acrecientan. Por ejemplo, para montar El fantástico Francis Hardy, La Guindalera ha recurrido a lo que llamamos micromecenas, a la generosidad de los actores y al público que llena la sala cada día. Los micromecenas aportan una módica cantidad, los actores su trabajo y los espectadores el precio de su entrada. Así ha funcionado este curandero, farsante, genio o charlatán, de Brian Friel.

El fantástico Hardy es la cuarta obra de este autor irlandés que monta Juan Pastor. Las anteriores fueron éxitos memorables necesitados de sucesivas reposiciones, Bailando en Lughansa, Molly Sweeney y El juego de Yalta. En todas ellas brillaba la mano de Juan Pastor y el genio actoral de María Pastor, la juventud de Raúl Hernández o la sorprendente madurez de José Maya y el resto del cuadro. 

El fantástico Francis Hardy, el curandero lleva el mismo camino de las obras citadas. Es la historia de un iluminado o un embaucador vista desde tres ópticas distintas y contradictorias. Tres monólogos complementarios; el primero de Frank (Bruno Lastra) alarma. Es un arranque de casi media hora que crea ciertas dudas de estatismo amenazante.

El cambio de plano a Grace (María Pastor), otra media hora, disipa cualquier recelo. María Pastor crea un ambiente turbador y, en su aparente fragilidad, semeja a una Anna Magnani desgarrada y rota. Teddy (Felipe Andrés) introduce el humor y un aire refrescante. Juan Pastor rompe la linealidad de la palabra con leves elementos evocadores que dinamizan el discurso. Quizá eso hubiera reforzado los monólogos de Lastra y María Pastor; otro toque de distinción.

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