Lineker y los disfraces

Puesto que la grandeza de los Super Grandes se mide según su facultad absoluta para destruir, las pequeñas potencias ambiciosas intentan alcanzar la misma grandeza con otros medios, mostrándose capaces de propagar el caos en el planeta.

Afinidad de cálculo: la disuasión, en sentido estricto, enfrenta potencias nucleares que disponen de un «segundo golpe», es decir de la posibilidad de replicar aunque el adversario intente, a través de una especie de Pearl Harbour electrónica, infligir un destructivo ataque por sorpresa. Esta recíproca certidumbre, según la cual cualquier agresión grave puede castigarse, aunque sea post mortem, genera un equilibrio del terror estable y creíble. No disponiendo de instrumentos para un «segundo golpe», Fidel y Sadam pueden quedar tecnológicamente sin posibilidad de réplica, borrados del mapa. Compensando su debilidad real con su superpotencia ideal, ambos tienen que demostrar su propia credibilidad de otras maneras. Primero, a través de la imagen individual: culto al líder apasionado, valiente, inflexible, al que nada puede intimidar, ni el miedo ni las consideraciones humanitarias.

Y si el adversario te pinta como paranoico o megalómano, mucho mejor, es un modo para decir «no cederé»; los estrategas se aprovechan, en este caso, de la «racionalidad de lo irracional», actitud clásica en el «vaudeville» y en las discusiones familiares.

Segundo, a través de una mística colectiva, de una ideología sin grietas: Fidel es la encarnación del comunismo, Sadam se presenta como combatiente por la fe. Un universo poético (el sentido marxista de la historia, el Islam), se convierte, así en el sustituto político de la ausente capacidad prosaica de asegurar militarmente -aquí y ahora- la igualdad de los castigos: no temo a la muerte porque soy inmortal, el futuro nos pertenece, Occidente es un vientre fláccido, el capitalismo fenece por sus propias contradicciones, el incrédulo se destruye a sí mismo. Intentemos ser precisos: desde 1945 la disuasión no ha eliminado la totalidad de los conflictos violentos, pero ha bloqueado los enfrentamientos (en particular europeos) que amenazaban con destruir el globo, y ha limitado las guerras (coloniales y de otro tipo) susceptibles de llegar hasta el extremo. No se disuade a cualquiera de cualquier cosa.

Disuadir quiere decir desactivar una tercera guerra mundial que, de otra manera, podría ser real. El conflicto del Golfo es una operación de disuasión en caliente. Sadam Husein se ha constituido, en enemigo público número uno casi jugando, sin preocupación alguna, con energías -materiales y mentalesdirigidas a precipitar a la humanidad a playas apocalípticas. Conquistando Kuwait y amenazando Arabia, un único individuo amenazaba de convertirse en dueño del petróleo. Su blanco declarado: Jerusalén, única Causa -después de la caída del comunismo- capaz de lanzar unas contra otras a las civilizaciones del Libro y capaz de volar el Planeta. Imaginemos por un instante que la ascensión del tirano de Bagdad se hubiera revelado como irresistible: es inútil preguntar por quién habrían sonado las campanas, sabiendo que todas las civilizaciones son mortales. En los cinco continentes, parar a Sadam Husein es cuestión de vida o muerte.

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